14 de abril de 2024

ZONA DE PROMESAS

 



El flete atravesó una ciudad invisible que no miraba pero iba reconociendo cautelosamente por sus olores y sus pavimentos. El césped humedecido al borde de la ruta 2 trasmutó en calles de tierras que sucumbían en Champagnat. Ingresamos a Mar del Plata por Constitución, la avenida de los boliches noventosos transformada en un derrotero de cafeterías y mueblerías high class. Llegamos a las playas del norte que enviaban en la lluvia sus aromas casi olvidados. Aspiré el olor de océano y entreabrí la ventanilla del acompañante. Llegamos a mi casa materna en plena fase dos.

Desde la esquina vi las calles de Stella Maris dormidas y mal iluminadas, mientras dejaba que la lluvia de la ciudad me diese en la cara. Al llegar, por los cristales de la ventana se advertían las luces de una vigilia. Como siempre, el timbre del portero no sonaba. Con la calle empapada por el bautismo del regreso, secándome el agua de los ojos, apelé al silbido que solo mi padre y yo conocíamos.


En el rectángulo del cristal empañado, el rostro de mi madre reflejó sucesivamente la alarma, el reconocimiento, el estupor y la felicidad. Llovió todo el domingo, pero no importaba; yo no tenía que ir a ningún lado. Casi ningún pariente fue enterado de mi regreso. Tener con quién compartir un domingo es más importante que tener con quién salir un sábado. Después de mi llegada, el amanecer entró por las persianas entreabiertas. El mate cocido traído por mi madre se enfrió en la taza, sobre la mesa de luz. A mediodía ella vino a la habitación para almorzar conmigo, pero sin intervenir, limitándose a cambiar los platos casi intactos. Inmóvil, de costado hacia mí, estaba sentado mi padre junto a la cama y escuchó en silencio mis historias de palacio y desamores. De vez en cuando mi padre confirmó con un gesto, arqueaba las cejas si necesitaba una aclaración, sonreía si estaba de acuerdo. Pero fui yo quien más habló. Sólo al principio, cuando separamos nuestras cabezas confundidas en el abrazo del reencuentro, mi padre pronunció una pregunta y una afirmación, donde hubo un trazo de orgullo.

— ¿Volviste por nosotros? — dijo mi padre.

— Sí — respondí.

Mis padres se quedaron escuchando la puesta al día de esos años robados, donde cabe además mi tratamiento. Mi padre oyó sin soltar mi mano. Después, en silencio, la llevó a su mejilla y descansó la cabeza, sonriendo. La verdadera paz había empezado para los dos a partir de ese silencio: es la forma del perdón que fui a buscar. 

— Una mañana me levanté y supe que lo único que quería era volver —  dije.

Con mis padres atentos y agudizando sus sentidos traté de reproducir la textura de estar vivo. Les conté, mientras el olor a desinflamante envolvía el cuarto, cómo había dejado atrás los pasillos del Congreso, proyectos de ley y pedidos de informes. Recordé la última reunión. Al salir por Riobamba saludé a Mondongo y mi fui sonriente de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación. 

— Cuando dejé el periodismo sentí un gran alivio.

Un revoltijo de discursos y tonadillas de todas las provincias rebotaban en mi cabeza mientras me desplazaba por Combate de los Pozos. Un mes después, un amigo me convocó para trabajar en los barrios de emergencia. Me sumé al equipo y más tarde al programa "Arte en barrios" donde se organizaban festivales, salidas, visitas guiadas y cine móvil. Al mismo tiempo, el gobierno nacional desembarcó con otro programa: El Estado en tu barrio. Con un compañero fuimos designados cómo el enlace de los referentes vecinales y el funcionarado. A través del llamado operativo "enamoramiento" garantizar la paz social donde el asfalta se subleva. 


DATA ENTRY

Era muy difícil tropezar con un milagro en un lugar con tantas necesidades. A ella la conocí en esos días. Una mujer joven, guapa e inteligente. Trabajaba motivado, disfrutaba al ver su sonrisa leve, sus ojos achinados y su cabello blondo, osado. Trabajamos cada uno abocados a su área y coordinados. Todo salió muy bien. No hubo rebotes hacia arriba y eso era lo importante. Ambos programas tuvieron un cierre de año vitoreando el éxito de la gestión. 

En pandemia dejé de verla. Solo sabía de ella por las redes sociales. Una tarde, en una de sus historias de instagram, publicó una foto de un libro quemándose en un basural de Fraga, Chacarita. Reconocí la esquina y la portada. Era un ejemplar de «Adiós a las armas» de Ernest Hemingway. Reaccioné a su historia y ella me respondió — no lo leí —, y yo le escribí — te lo voy a regalar. 

Antes de volver cumplí con mi palabra. Conseguí un ejemplar de la novela del escritor estadounidense y le pregunté dónde podía ubicarla. Nos encontramos en el inicio de marzo. Como en las historias circulares retorné al territorio donde emprendí mi periplo capitalino. El mismo organismo donde me desempeñé como data entry de un censo de hoteles dónde se alojaban familias en situación de calle. Al llegar me sorprendí por la ausencia de organizaciones sociales en la puerta principal de la avenida Entrerríos ¿Dónde estaba el Movimiento de ocupante e inquilinos? ¿Dónde estaba el Movimiento territorial de liberación? Toqué el timbre y un empleado de seguridad me enseñó el camino. La dependencia persistía inalterable.

En la “100”, la oficina donde se cocinaba el poder, ella emergió como un río ilusorio cantando en un desierto. Con su pelo recogido por encima del rostro su belleza fue aparición, no apariencia. Su vestido negro y estampado con un cincelado de flores rodeaba su figura. Ella se acercó. Yo, floté. Me saludó con un abrazo cordial y aprecié su aroma. Su perfume sigue siendo la forma más intensa de su recuerdo.

— Mucha suerte, Mauro — me dijo mirándome a los ojos.

— Gracias, tengo algo para vos —  le respondí.

Sobre la mesa de reuniones apoyé una bolsa  de regalos con un ejemplar del libro de Hemingway. A diferencia de los operativos en el territorio donde nuestro trato era meramente laboral, esa tarde pudimos entretejer una charla sin ignorar que ya no nos vinculaba una relación profesional. Allí estábamos sentados, uno al lado del otro con los celulares muteados. Lo que a priori sería un encuentro de unos minutos progresó en una conversación de una hora y media. Hablamos de escritores, poemas, canciones y militancia. Mientras el sol reposaba en los techos de AySA se consumó nuestro encuentro. ¿Por qué de esta manera, a través de ventanas y visillos? Le agradecí por su tiempo. Me respondió — gracias por el libro. Permanecer a su lado unos minutos más, era tan peligroso como piñata de vidrio. Nos despedimos con un abrazo. La sabiduría brota al estar enamorado y mi aliento ya se perfilaba con vista al mar.

— Al salir, te llamé, ma. ¿Te acordás?

— Sí, Maurín — respondió mi madre. 

¿Cómo llegué hasta ahí? Porque ella realzó en una foto un libro que variaba de la encuardenación a las cenizas. ¿Cuál era su nombre? Lo recuerdo perfectamente, pero nombrarla seria abrir en vano un portón de irrealidades. ¿Me gustó? Muchísimo. En noventa minutos ella me estimuló a transitar sobre la obra de Albert Camus, Cristina Peri Rossi e Idea Vilariño. Me rodeó en su simplicidad. ¿Lo hubiese vivido de no haber dejado atrás el Congreso? Es contrafáctico. Solo sé que acerté en la gestión con una poeta intangible que me aprehendió envuelta en su pelo rizado. ¡Su pelo! Una invitación sinuosa al olimpo. Ella personificó la previa de un nuevo ciclo en mi vida. Necesitaba ponerle palabras para que la evocación no se desvaneciera como las cenizas de un libro, el mismo que se disipó en la combustión de un basural de Chacarita. El mismo barrio donde muchos imprescindibles duermen el sueño de los justos.

 

LA ULTIMA NOCHE

Ya casi no teníamos nada que decirnos que no sepamos para siempre. A medianoche, abriendo los ojos, mi padre susurró unas palabras y acerqué el oído para recibirlas. Mientras obedecía a su pedido, me sentí a la vez humilde, poderoso, protector, ser vivo admitido a la intimidad de esas horas finales que los moribundos casi nunca comparten. Mi padre ya estaba demasiado débil y no podía valerse por sí mismo, pero estaba yo ¿Quién es el padre, quién el hijo? Levanté la sábana, busqué entre las ropas, arrimado el orinal. Sostuve en mi mano lo que puede ser una flor o un fruto, pero también pienso que, de algún modo mágico, sostuve mi origen.

Llegó la noche y nos fuimos a dormir. Ellos en su cuarto y yo en un colchón en el living. El día comenzó con trinos de pájaros, la riqueza que brinda un amanecer que deja de estar dormido. Aquella mañana inexorable mi padre se alivió y volvió a su entresueño apacible, hasta que el clarear del día marcó la expiración de mi propio plazo. Entonces besé por última vez su frente sin despertarlo. Estaba contemplándolo cuando oí a mi lado el sollozo reprimido de mi madre. Tomé su mano y salí del cuarto, cerrando sin ruido la puerta del hombre y la mujer que morirían esa mañana con dos horas de diferencia, sin mí… conmigo.

Sus rostros habían recuperado la serenidad. Venían lidiando contra fuertes dolores de espalda y una disnea espantosa. Mi madre dormía. Le hablé, creo que me escuchó. Traté de despertarla pero no hubo caso. La cambié de cama al tiempo que llamé a la ambulancia por lo sucedido con mi padre que ya no espiraba. El médico al llegar advirtió a mi padre ya fallecido, asistió a mi madre y me reveló — Está en gasping — es el término utilizado para la respiración agónica. Unos minutos después ella dejó de jadear. Un acto de amor, una promesa cumplida. Se fueron juntos, mientras observaba la taza de mate cocido y un rosario sin los misterios gozosos que colgaba de un portarretratos con una foto de mi primera comunión. Mi existencia abrigó la confusión y el sentimiento devastador de la orfandad. Quedé desolado ante semejante performance. En ese momento pensé en la dicha de estar juntos, donde tenía que estar ¿Qué hubiese pasado si recibía un llamado telefónico dándome la mala noticia? Estaba ahí, cómo un testigo bendecido vaya saber por qué divinidad. Miré en torno a la habitación y observé los muebles, las prendas apiladas y el abrevadero de estampitas mezclados con estudios médicos. Me pregunté ¿Por dónde empiezo? 

Cuando mueren tus padres lo más difícil de vaciar de la casa  son las mesas de luz. Esos cajones concentran todos los recuerdos; son intimidad y detalles. Se abren con miedo porque sabés, con certeza, que vas a llorar. Abrí el cajón de mamá buscando documentación. Lo primero que vi fue una postal.


LLEGADA

Mi madre arribó a la Feliz en el año 1993 y se hospedó en Avenida Colón y Santiago del Estero; en la cuadra del Automóvil Club Argentino, en casa de dos jubilados de los más macanudos, Dora y Juan. El matrimonio la albergó hasta que acertó con un empleo y alquiló un departamento de un ambiente en Sarmiento y Falucho. Yo vivía en Buenos Aires. Mi madre me envió una postal de la costa atlántica por correo que aún almaceno. Ella describía en el dorso cómo recorrió peluquería por peluquería hasta dar con un local a dos cuadras de la vieja terminal de ómnibus donde hoy se ubica uno de los shopping más importantes de la ciudad. Flora, una estilista experimentada, le dio su primera oportunidad. Mi madre en treinta años cimentó una red de amistades que de haber participado en el partido político “Acción marplatense” le hubiese disputado cabeza a cabeza la intendencia al ex jefe de la ciudad, Gustavo Pulti. Con mi madre hablábamos por teléfono casi todos los días. Le costaba la reclusión. Cuando se jubiló su columna fue a parar a boxes. Como los buenos jugadores, la rosca jamás la perdió. En su esplendor con dos o tres cortes de pelo allanaba la mala cosecha. Cocinaba albóndigas con fideo moño mientras yo limpiaba el patio de comidas del único shopping de entonces. Espalda con espalda le hicimos pito catalán a una ciudad que lideraba el ranking nacional de desocupación. Antes de volver a Mar del Plata le detallé que había encontrado una inmobiliaria de confianza para alquilar mi departamento porteño.

— Viruteé los pisos, dejé los picaportes brillosos y los zócalos parecen un espejo.

— Como en los Gallegos — me apuntó mi madre y dio un giro de ciento ochenta grados en la conversación — Vos sabes que salgo al balcón todos los días a las cinco...

— ¿Por qué?

— Una vecina toca el acordeón. Le pedimos una canción y la toca.

Pocho, mi segundo padre, compañero de mi madre durante más de dos décadas compartía con ella los pasatiempos y los gustos musicales. Él fue nuestro Ronnie Wood. El guitarrista de los Rolling Stones tras la salida del talentosísimo Mick Taylor. Wood no era un virtuoso pero aportó bajo sus cinco cuerdas la alegría que necesitaban sus majestades satánicas. Pocho ingresó y modificó la marcha de la familia para siempre.

Solíamos hablar por la noche pero ese día decidí llamarla por la tarde.

— ¿Cómo están?

— Bien, hijo. Ahora te llamo, vino canal 10.

— ¿Pasó algo?

— No, todo bien. Pasó algo lindo — mi madre tenía la capacidad de suavizar con su voz y su acento cualquier desdicha.

Ante una adversidad mi madre tenía las palabras justas para que la impaciencia no progrese. Su manera de enfrentar los inconvenientes era un respingo para mi ánimo en picada. Mi madre salió esa tarde al balcón y conversó con un periodista. Rodeada de sus geranios, petunias, cactus, bugambilia y gitanillas. Siempre escoltada por Pocho, su compañero.

— ¿Cómo se llama?— preguntó el movilero de Canal 10. 

— Sabes que no sé. ¡¿Cómo te llamas?!— averiguó a los gritos mi madre a su vecina la acordeonista, como si estuviera en la popular de Aldosivi.

— ¿Qué toca siempre? — indagó el periodista.

— Lo que le pedimos.

Vi las imágenes del Canal 10 por YouTube y abrigué la idea de volver a atesorar una postal de la ciudad que eligió mi madre para residir. Una vez le preguntaron al escritor Jorge Luis Borges sobre la capital que adoptó para vivir: "París no ignora que es París, la decorosa Londres sabe que es Londres, pero Ginebra casi no sabe que es Ginebra". El paso de la infancia a la adolescencia de Valentino fue imperceptible para mis ojos. Como solíamos hacer, al cruzar la avenida trabé su mano con la mía y me miró inmóvil. Sus ojos coexistieron como dos perdigones fulminantes. Cruzó solo. Algo allí también se había marchito. Espaciosamente dejé de ser un plan para él, fue así como mis reflexiones vagaban de manera recurrente alrededor de volver a estar cerca de mi madre a través de mi regreso a Mar del Plata. Como el viejo Tobías (periodista que conocí cuando ingresé a la sección deportes del diario) todo lo relacionaba con la orquesta de Juan D´Arienzo. En un campeonato de truco que nos ganó en la final me reveló — ¡Qué dupla hacemos con el narigón! Somos una orquesta. Me voy a casa con la felicidad latiendo en el cuore; como escuchar a D´Arienzo. En otra ocasión me comentó — Escuchá ese grillo, Maurito. Parece el sonido de un violín.


MIRTA

Mirta brindaba su concierto todas las tardes desde las cinco y media de la tarde. Vivía en un edificio delante del piso de mi madre. Debajo funcionaba un local que despachaba pan y facturas. En el mismo lugar donde en 1993 relumbraba la peluquería de la extinta Flora. La peluquera del barrio fue la primera persona que le dio una oportunidad a madre en la ciudad más propicia a su felicidad. Mirta, la célebre acordeonista, tuvo sus quince minutos de fama. Tocó y habló por televisión.

Mientras embalaba mis cosas busqué la tarjeta que atesoré durante treinta años. La localicé pronto. Allí estaba la letra desteñida de mi madre donde en un párrafo me cuenta sobre sus primeros días en La Feliz. Me embargó un súbito ahogo leer un escrito de mi madre de puño y letra. La postal tembló en mi mano vacilante y medrosa.



MANGA

La indemnización de la agencia me ayudó para reunir una suma de dinero importante y de ese modo pude pagar el adelanto de un crédito hipotecario. De donde vengo y como viví nada haría pensar que sería propietario alguna vez. Valentino tendrá un hogar por dónde empezar. Ahora me dedico a dar talleres de escritura, clases en un centro de formación laboral y escribir algunos artículos periodísticos. Seguí el consejo de mi amigo Gusti e inicié la tarea de generar mis propios ingresos. Diez años de sobriedad y la valla de volver a enamorarme me inscribió como un realizador de proyectos, asexuado, deslucido y opaco ¡Qué lindo es suspender el tema amoroso! La vida es más potente y productiva.

Al revisar mis cuadernos de los años sacudidos por la depresión siento que repaso la vida de otro hombre. Cambié. El cambio es la única cosa inmutable. Quizás me abracé al desánimo en demasía. Ahora que tengo motivaciones serias para estar afligido, caigo en la cuenta de la cantidad de pensamientos retorcidos que acarreé en mis espaldas. Durante la última década me dispuse a ordenar mi vida y regresar al mar. Aspiré además a reformular mi relación con Valentino, bajé el dedo índice marcial y lo dejé ser. Entiendo que lo logré. ¿Habré sacado lustre a mi matrícula de padre? Por otro lado, aletargué mi rol de hombre. Mi vuelta a la terapia me hizo ver que cuando mi yo padre y mi yo hombre alcanzamos cierta persistencia, mi yo hijo suplicó pista. Precisaba estar cerca de mis padres. Mi madre realmente lo esperaba tanto como yo. Ella siempre estuvo a mi lado durante mi tratamiento; fue mi salvamento y la artífice (por segunda vez) de situarme en la vida. Fue lecho, cauce y sedimento. Tenía el poder de destruirme y no lo hizo. Ella creía en mí y me apoyaba en todo lo que decidía, y si no salía, me ayudaba a barrer las migas. Me socorrió a curar al niño que demandaba a través de las malas decisiones. Durante años escuchó mi desilusión por la pérdida de Amparo. Me auxilió en mi confusión entre enamoramiento y obsesión.

Tuve la fortuna de intuir que mi madre se iba a morir. Pensé ¿Qué cosas todavía no le dije? ¿Qué cosas no me quiero guardar? Ella me esperó con los brazos abiertos; conservaba su perspicacia y su lucidez, pero su cuerpo estaba muy dañado. Estaba sola al cuidado de mi padre que arañaba los noventa años. Intenté por todos los medios hablar con Valen para explicarle mi decisión. Durante varios fines de semana se negaba a venir a casa ¿Cómo miras a la persona que amas y le dices que es hora de irte? La despedida con mi hijo no pudo ser presencial. Fue por videollamada. Recuerdo su cara de desconcierto ¡Mi papá se va! Al año siguiente, Valen escribió un texto para un ejercicio de literatura del colegio. Me lo envió. Al leer lo que había escrito, juzgué que mi decisión de regresar a Mar del Plata no había sido tan equivocada.



Le iba a escribir a mi Papá pero no me animo. Me da vergüenza. Él me contó que hablarle al abuelo le daba como miedito y hablar con la abuela era lo más goood. La abu Beba era re copada. No parecía una abuela. Le iba a escribir a mi Papá pero lo voy a ver en Pascuas. Hay dos días que no hay clases. Antes sabía por qué, cuando iba a catequesis para la primera comunión. Tenía ganas de escribirle a mi Papá para decirle que lloré cuando murió la abuela y el abuelo, pero no me animé. Mi Papá se fue a vivir a Mar del Plata. Corte que llegó, al toque se enfermaron y se murieron doce días después. Mi Papá dice de memoria como si fuera para una prueba, “llegué el domingo 25 de abril y murieron el 7 de mayo”. Por suerte que estaba con ellos. Mi Papá no sé cómo hizo pero llamó a la ambulancia y estuvo ahí. Re pro, yo no hubiese sabido qué hacer. No sé, me pongo a gritar. Mi Papá parece fuerte pero yo lo vi llorar. Creo que mi Papá se va a acordar de la abuela Beba y el abuelo Pocho para siempre. Estoy seguro. Al principio no entendí que se vaya a Mar del Plata pero ahora lo entiendo. Mi Papá, la abuela Beba y el abuelo Pocho eran como una persona. No sé cómo explicarlo, hablaba uno por vez, como si hubiesen practicado antes. Le iba a escribir a mi Papá para decirle que sigo siendo de Chacarita pero me encanta Boca. Ahora me di cuenta que me gusta más, pero no dejé de ser de Chaca. Yo pensé que a mi Papá le gustaría que sea sólo de Chaca, pero me dijo que le encanta que comparta la pasión con mami. Mi Mamá es más fanática de Boca que mi Papá de Chacarita. Mi Mamá me llevó a la cancha a ver a Chaca contra San Martín de San Juan. Se puso una gorra que dice “Dale Funebre”. Yo sé que lo hace por mí. Creo que mi Mamá y mi Papá hablaron en el colegio para me cambien del A al B. Lo hicieron juntos. Ahora estoy con mis amigos en la misma división. Es re pro que Mami, que es una genia y Papi también hagan cosas juntos. Me gustaría que cómo fuera con la abuela y el abuelo, mi Mamá y mi Papá sean como una sola persona. Re cool. ¡Es como juntar las gemas para crear un Thanos bueno y re poderoso! Le iba a escribir a mi Papá pero me da un poco de vergüenza porque él es periodista. Pero también juega a la pelota y yo ahora juego en Deportivo Italiano. Mi Papá antes corría más, desde que el pelo se le empezó a poner gris clarito le cuesta. En el último viaje se puso más blanco. ¿Querrá tener el pelo como el abuelo? El no decide el color. Mi Papá tiene amigas y amigos. Mecha es su vecina. Era amiga de la abuela Beba. A mi quiere como un nieto y a Papá como un hijo. Mi Papá me habló de Mecha en el viaje a Mardel. Papá tiene como algo para contar, no sé. Me gustaría que sea el profesor de las materias aburridas. Papá me dice que fue a comprar y parece todo como un cuento. Mueve las manos y se re concentra. Mal. A mí me gustaría que en la radio sea más como es en casa. Mi Papá estudia como si fuera una prueba. Le gusta ir a la radio. Invita gente y siempre van. Nadie falta. Eso está re bueno porque cuando festeje su cumple y si van todos lo que fueron al programa sería una fiesta re godd. Me gustaría escribirle a mi Papá pero empecé un nuevo comic de “Somos Quintillizas”. Una serie de manga de Negi Haruba. Esta re bueno, muuuy goooddd. Yo entiendo lo que es perder a la mamá. Futarō Uesugi es el protagonista del manga y su mamá murió también. Le voy a contar a mi Papá sobre Ichika, Nino, Miku, Yotsuba e Itsuki. Como no me animo a escribirle, capaz con el manga le puedo decir de alguna forma que yo también extraño mucho al abuelo Pocho y a la abuela Beba.



En nuestros habituales encuentros en el horario de la merienda, le conté a Mecha que se cumplieron tres años de mi llegada. Ella me dijo — No sé si va ser tu lugar pero yo agradezco tu decisión. Cuando llegué lo primero que me llamó la atención fue mi madre. Ella misma se había cambiado el color del pelo. Parecía la Beba de fin de siglo. Hay gente que calcula las épocas por mundiales, yo los mido por la edición de discos. Mi madre tenía esa tonalidad matizada por un color chocolate entre la salida «Narigón del siglo» y «Rey sol» de Páez.

Es bravo, ahí donde la toques, la memoria duele. Mi padre me esperaba con un platazo cocinado por él: osobuco, papas, batatas, calabaza y choclos. Él sabía que con mi llegada tendría un compañero para comentar a dúo: — otra vez perdió Chacarita — sin sentirse tan solo y tantear las peras maduras en la verdulería de la calle Las Heras para que mi madre no lo haga ir dos veces. Mi padre me decía  — ¡Lo horrible que es extrañar tu propia energía!  — Y continuaba —  Ves a River y no podes creer que Chacarita juegue al mismo deporte. El descenso de Chaca era una posibilidad, los más pesimistas me decían “el descenso está al caer”. Al caer estaba yo. Perder a alguien que amas es alterar tu vida para siempre. Y no lo superas, porque es la persona que más querés. El sufrimiento acaba, llega gente nueva, pero la rendija nunca se cierra. Este cachetazo no me la esperaba. Los dos juntos y el mismo día. Es extraño, la disección no se ve pero se siente. El duelo no te cambia, te revela. Quedé rengueando y sostenido por un jenga de tablón mojado. Si lo veo bien me pasaron más cosas buenas que malas. Sólo que a las malas le doy más importancia. Hace tres años salía hacia Mar del Plata con la ilusión de volver a empezar. Regresaba en búsqueda de la mejor compañía, de la poesía, del candor, de los pucheros, del mar y la magia, ¿valió la pena? Yo creo que sí. El dolor, cuando no se convierte en verdugo, es un gran maestro. Perdí parte de mi vida. No es una metáfora, literalmente se llevaron recuerdos, nombres, secretos de familia, charlas, recetas, llamadas de teléfono sin motivos. Hace tres años arribaba a Stella Maris a bordo de un flete ilegal en fase 2, con muebles, libros y abrazando mi zona de promesas que se esfumó en doce días.







24 de diciembre de 2023

OYENTES, EL CORAZON DE LA RADIO





 “Qué pequeña es la luz de los faros de quien sueña con la libertad”

Joaquín Sabina


PREGUNTAS

Esta semana me preguntaban ¿Qué es hacer un programa de radio? ¿Qué es lo que se siente? ¿Cuál es la sensación?

En principio hacer un programa de radio los domingos es redimir el regocijo de la mesa larga con familiares que ya no están. Hacer un programa de radio los domingos trae el aroma a queso rallado que excedía un cubilete, el agua burbujeando y los ravioles que se sumergían y emergían con idéntico hervor. 

 

LA RADIO

Cada domingo marchamos a la radio por Alberti doblamos en Hipólito Irigoyen hasta la puerta de la emisora que siempre soñamos estar. En la radio vivimos en tiempo presente porque mañana es sólo un adverbio de tiempo. Me siento privilegiado de haber encontrado en LU9 a mis amigos, a Nene, a Dieguito Lizarazu, a Evangelina, a Gloria Alderete, al Chelo Hagen. Dicen los que saben que la amistad no se agradece, se corresponde. Espero estar a la altura.

Más allá de lo que suceda al aire los siento verdaderos amigos. — El aire es sagrado— me dijo Jorge Puccinelli, y ¡cuánta sabiduría en sus palabras! Al encenderse el cartel purpúreo de aire, se ilumina el estudio con la luz que alumbra ésta sangre de hoy. El aire del vivo es adrenalina, encantamiento, vértigo y magia.

 



OYENTES, EL CORAZON DE LA RADIO

Somos muy feliz al recibir los mensajes de Norma de San Carlos, Marisa y Fernando de Lobería, Paula y Cristian de Lugano y Maite de Balcarce. Mario, Lidia, Gloria, Gabriela, Vito, Vicente de la Feliz y Seba de España, entre otros. Muchísimos oyentes que encienden la radio y sintonizan el programa desde Capital Federal a Barcelona, desde Tres Arroyos a Benito Juárez, pasando por Pinamar y San Cayetano. Maite nos escribe desde la pampa serrana — queda corto el programa, quisiéramos escucharlos más tiempo — y nos encanta saberlo. Por privado me han preguntado acerca de la actualidad, los temas que colman los portales, los canales de televisión y los diarios. No puedo esquivar el bulto.

 

CONGRESO

Durante muchos años cubrí como periodista parlamentario el Congreso de la Nación. Recorrí horas y horas por los pasadizos y recovecos del Palacio en el barrio de Balvanera. Calles donde pululan los cafés y la rosca como partículas en el viento. Me apasionaba mi trabajo de periodista, lo hacía con profesionalismo. Escribí cientos de crónicas sobre proyectos de ley, de resolución y pedidos de informes. Siempre a la búsqueda de los textos de dictámenes en mayoría y minoría reñidos en comisiones y sesiones maratónicas de hasta veinte horas de debate. De manera autómata me asomaba por el palco de prensa y advertía las fisonomías de los diputados y senadores de la Nación para conjeturar si habría o no quorum. A veces las maravillas de la vida se nos escapan por la cómoda trampa de la rutina. En esas locuciones incrustas no he topado jamás con soplos que emparden al espíritu de los oyentes de “Faltaba Más” en particular y de la radio en general.

 


TODO TIENE UN FINAL

Un síntoma de que te acercas a una crisis nerviosa es creer que tu trabajo es tremendamente importante. Cuando uno vive situaciones enmarañadas empieza a valorar las cosas simples y vitales. Una mañana de julio entendí que la ansiedad no está acá, está en el futuro. En esas horas revelé que lo significativo no era mi trabajo, no eran el tratamiento de leyes ni el análisis de la letra chica. Lo cardinal era ver sonreír a Julián y comprendí que la paz comienza con una sonrisa.

La radio me dio mucho más de lo que puedo brindar y sobre todo los oyentes, el corazón de la radio, que nos escuchan con tanta atención. Pienso en Nene, productora de Faltaba más, curadora de canciones, madre del alma, compañera, quien me sostuvo cuando el vacío y la orfandad envolvieron mis días con un manto sombrío. Ella me sirvió un té de durazno, corrió las cortinas y como ritual de iniciación frotó la lámpara de su erudición y me dijo —Tenes que volver a la radio, es lo que te gusta. Tu vieja lo hubiese querido así —

Desde hace un año y medio seleccionamos juntos canciones y moldeamos cada emisión, sección por sección. ¿Cómo venís con el programa? ¿Ya tenés las canciones? ¿Cómo venís con los textos? me pregunta Nene. Juntos creamos una redacción móvil en algún café de la ciudad para producir el mejor programa posible.




NENE

Durante dos horas con Nene (hoy cumple 84 años) y Dieguito Lizarazu no nos perdernos de las pequeñas alegrías de la vida mientras otros esperan la gran felicidad. Hacemos el programa por oyentes como Mariquita que con sus 93 abriles aprendió a tocar el piano y tiene mucho más para contarnos que todas las crónicas que podamos compartir cada domingo. 

La épica de una novela belicosa o un cuento enternecedor puede que tengan una ascendencia calificada pero cuando la historia es narrada con la humanidad conmovedora de la oralidad, cuando la historia está franqueada por la piel del intérprete siento que desmantela todo juicio, se queman todos los papeles de la académica pacata y guardiana de la “buena escritura”.

 

REFLEJO

A veces me pregunto si ¿en la filiación de cada oyente con las historias, las reflexiones y la musicalización están reflejados sus anhelos? Aunque quede ridículo que lo diga, con simplicidad, uno siempre anda buscando los orígenes, su identidad. Les agradezco el infinito e incondicional acompañamiento de cada domingo. Más allá de la religión que cada uno pueda profesar quiero desearles felices fiestas

Hasta el año que viene, nos reencontramos el domingo 7 de enero. Recuerden que la poesía, se encarne donde se encarne, tiene que trabajar recuperando la alegría.

 

 Podes revivir los programas del 2023 haciendo click AQUI



28 de septiembre de 2023

21 de agosto de 2023

LLAMEN A JOE






Lo primero que hicimos cuando se levantó el impedimento de contacto fue ir al cine. Una de las películas que más disfrutamos fue “Intensamente”. La historia se centra en Riley, una nena de 11 años. La verdadera historia tiene lugar en el interior de Riley y los protagonistas son sus emociones.

Bing Bong, es el personaje que más nos impactó del film. Un especie de Largirucho lisérgico proscripto de Sunny Side. Bing Bong corre el velo de un mundo onírico más próximo a una ciudad ingeniada por Onetti que a los Disney Animation Studios.

Visitaba a Valen en la casa de su mamá. Desplegaba con impericia una veta de animador que de haber vivido con él no hubiese desarrollado. Llevaba globos. Como para economizar resolví comprar una bolsa de cincuenta unidades. Al poco tiempo, como si nell'oscurità rastreara mi táctica, las visitas empezaron a suspenderse. Broncoespamos primero, otitis repetidas después, fraguaron lo acordado. Con treinta y pocos y una certeza de condenado, como casi todo el mundo fracasé sin hacer ruido. Escuché la voz de Acavallo apuntando a mis oídos: "No bajes los brazos, pendejo!" Una proclama alcanzó para arrancar y desarrollar destrezas inimaginables: Imitar voces, hacer títeres con las manos, inventar canciones, cosas que requerían de más imaginación que dinero. Valen, chocho.

El gordo Ozzy me dijo en un asado en la casa de Victor: "Vos a tu pibe lo tenes que ver sin la mirada de nadie. Llamá a Joe, hablá con él de parte mía" Lo llamé y cuando nombré al gordo Ozzy se me abrieron las puertas del estudio de punta a punta, nunca hablamos de plata. Allí comenzaba la historia, el rock estaba a punto de sacarme del fango.

Joe Stefanolo se convirtió en los años 90 en el letrado elegido por las estrellas del rock argentino para que los representara en algún litigio. Su estilo tan particular y su cabellera al viento, remitían más a un hombre de la música que un abogado penalista, su verdadera profesión. Los medios lo tomaron como un personaje digno de resaltar y y hoy es homenajeado en este documental como uno de los hombres más relevantes dentro de la justicia.

Luego de varios escritos, Joe logró que saltemos de un espacio abotonado, a un lugar abierto. Así fue que llegué al YMCA ¿Asociación Cristiana de Jóvenes? Tenía sesenta minutos para desplegar mi número y captar la atención de Valentino de tan solo un año y siete meses. Un bebé que solo miraba y sonreía. Miradas tan potentes como piadosas que consiguieron que la pesadilla sea más llevadera.


VOCES COMO ECOS

En una semana era la atracción de los más chiquitos mientras sus hermanos mayores realizaban sus actividades. Un grupo de tres nenes y una nena visitaban la escalera que utilizaba de escenario. De un martes para un jueves mi público se redujo. Al parecer, un padre me escuchó al ingresar cuando le decía al personal de seguridad que venía por un régimen de visita determinado por un juzgado civil. A partir de ese día podía ir solo a la cancha de once. Rafa Nadal diría "es una superficie difícil porque no juego muy a menudo en césped..."

Había un detalle al que no había reparado. Los globos explotaban al hocicar el pasto. Valen se asustaba y lloraba. Su mamá al escucharlo arribaba como un relámpago. Tenían una excusa inmejorable para decretar el fin de la visita.

En la parada del colectivo me crucé con el hombre de seguridad que salía del club luego de cumplir su turno. Un tipo curtido, cara indiada y mirada de haber visto más de lo podría contar. Al verme cabizbajo me brindó un dato:

— ¿Conoces los globos perlados?

— No.

— Son más duros y no se pinchan en el pasto.

¡Datazo!

Los busqué y camino a la parada di con una librería. Tenían globos perlados color verde musgo y rosa chicle. Eran caros. Tomaba dos los martes y dos los jueves. No sea cosa que comprara demás y las visitas también se picaran. El solo hecho de verlos desinflados sobre la mesa del comedor era suficiente para desplomarme.

 

Diez años después

 

El miércoles pasado, al finalizar la práctica, estábamos con Valen y algunos compañeros de fútbol en la playa de estacionamiento del club. Amparo, mamá de Iker, propuso reunirnos en su casa quinta y brindar por fin de año.

—Es una casa muy grande, tiene pileta.

—¡Qué bueno!— dijeron los nenes.

—Suele contarse la luz y hay poca señal de internet — dijo por lo bajo.

—¡Sin internet! ¡Sin luz!, ¿qué vamos a hacer? — dijo Valen.

— Jugamos a la pelota — agregó Iker.

— Mi papá… — comenzó Valentino.

—Tu papá ¿qué?— lo toreó Iker.

Valentino me buscó con la mirada. Siempre hay un momento en la infancia cuando la puerta se abre y deja entrar al futuro. Bajé la cabeza como perro sin dueño. Juzgué que sus compañeros iban a desairar su acotación.

Efectivamente, al salir, Valen me reveló lo que yo imaginaba: Iba exponer que nosotros podemos divertirnos sin luz, inventar cuentos, imitar voces, jugar con globos.

— Mi papá… ¡Conoce... sabe de un lugar con wifi! ¿no, pa?

—Sí, sí — dije para no dejarlo expuesto y vislumbré como nuestro Bing Bong se fundía sobre la Platea Sur con vista a la 1.11.14.