21 de septiembre de 2025

1ER ENCUENTRO CON OYENTES

 


Un encuentro hermoso con nuestros oyentes, de esos que dejan huella. Ojalá la magia vuelva a repetirse muy pronto.











15 de septiembre de 2025

EL LENTO Y LA GOMERA

 



Tenía doce años. Verano del ’88. Lo habían invitado a un asalto. Él pensaba que sería como un cumple: globos, torta, los pibes corriendo alrededor de la mesa. Pero no. Esto era otra cosa: luces bajas, radiograbador a todo volumen, los más grandes bailando lentos y apretados, como si fueran adultos que ya sabían todo de la vida.

Llegó medio tarde porque se había quedado en el campito del Mercado Central, tirándole a un paredón con la gomera. La llevó consigo, metida en la cintura bajo la chomba de Papazzi, y no sabía bien por qué. Era como cargar un pedacito de su mundo, un secreto que solo él podía sostener.

Dentro, el aire era pesado: mezcla de Pepsi tibia, transpiración y un poco de humo de cigarrillo que escapaba de los más grandes. Vasos de plástico tirados, papas fritas blandas en un bol, y un cassette que pasaba de Europe a Pet Shop Boys. Cada tanto alguien apretaba rewind y el radiograbador chistaba, como una locomotora que respiraba.

De golpe, ¡paf!, arranca un lento: Milli Vanilli. La música bajó el pulso de la sala. Él sintió que le ardían las manos. Y ahí la vio a ella. La que le gustaba de verdad. La invitó a bailar, y ella dijo que sí. Todavía no entendía cómo había pasado.

Apoyó sus manos en la cintura de ella y le temblaban tanto que pensó que lo delatarían. Ella apoyó las suyas en sus hombros, livianas, casi flotando. El mundo desapareció: no estaban las risitas de los costados, ni los codazos de los pibes, ni las chapitas rodando por el piso. Solo ellos, moviéndose torpes, atrapados en un vaivén que parecía eterno.


Hasta que… chau. Ella descubrió la gomera. La sintió dura, escondida en la cintura. Lo miró con ojos grandes, primero sorprendida, después con esa mezcla de ternura y lástima que duele más que un regaño. Él se quería hundir en el piso. No era el langa que fingía. Era un nene con gomera.

El lento terminó. Ella se soltó despacito y se fue con sus amigas. Él se quedó clavado en medio del comedor, con la música apagándose en el pecho y la gomera todavía firme. Sin beso, sin conquista. Solo él, con sus nervios y su verdad.

Muchos años después, al recordarlo, se ríe solo. Esa noche entendió que crecer no era hacerse el grande: era animarse a mostrarse tal cual era, aunque quedara ridículo. Y, todavía le gusta pensar, que en esa fiesta, aunque no besó , fue el único que se animó a bailar con la gomera colgando de la cintura.

Quizás algún día, cuando sea grande, aprenda a besar sin que le tiemble la mano, a mirar fijo y apuntar al blanco del corazón. Mientras tanto, sigue jugando. Porque en cada lento torpe, en cada risa nerviosa, descubrirse a uno mismo ya es un disparo que da en el blanco.

 



4 de septiembre de 2025

POESÍA EN MOVIMIENTO

 



Graciela no pudo estar en la mesa de los lunes a las 18 hs, pero no quiso perderse la clase de taller. Así que, mientras viajaba en tren desde Constitución rumbo a Santiago del Estero, hicimos el taller a través de audios, ida y vuelta, palabra y silencio compartido.

Una prueba más de que la poesía viaja con nosotros, sin fronteras ni distancias.

 

El viaje de Graciela

Este lunes de taller tuvo un milagro viajero.

Graciela, con su bolso de lecturas y su cuaderno apretado contra el pecho, no quiso perderse la cita. Tomó el tren en Constitución y, mientras las vías se desplegaban como un verso interminable, decidió encender con su pluma el fuego de la palabra.

En abril yo había propuesto una consigna sencilla: dos velas sobre la mesa, gemelas en apariencia, distintas en destino. La sala se recogió en silencio, como cada lunes. Allí estaban Gloria, Nene, Mariquita, Cynthia, Fabiana, Negrita, Marita —“la nueva”— y yo, rodeando la mesa que se vuelve altar cuando la poesía nos convoca.

Graciela rescató aquel momento a través de un texto. El tren fue su taller, el vagón su cuaderno, la ventanilla un espejo en movimiento.

Su voz poética, clara y alta, no se detuvo en las velas solas: reparó en lo que ocurrió con cada una de sus compañeras, en los gestos mínimos que vuelven al taller un corazón latiendo en conjunto. Y en su poema, Luces gemelas, nos dejó esta imagen inolvidable:

“Vi el sufrimiento de una vela y la altivez de la otra, imponente y arrogante.”

Hoy, la tecnología fue puente: desde Ceres, Santa Fe —donde me enviaba su primer texto— hasta el frío polar marplatense, los audios viajaron como botellas en el mar, y el taller se volvió ida y vuelta entre rieles y palabras. Si suena frío decirlo, basta con leer lo que escribió para entender que no hay distancia capaz de apagar una llama cuando la poesía la alimenta.

Yo, como coordinador y compañero de ruta, me siento orgulloso. Orgulloso de Graciela, que desde un tren nos recordó que la poesía cabe en un vagón en movimiento. Orgulloso de cada una de ustedes, que hacen del lunes un ritual de palabras y compañía.

Y hoy descubrimos que, mientras ardan las velas, aunque sean gemelas y diferentes, siempre habrá alguien dispuesto a nombrarlas.

El viaje de Graciela continúa: su destino final es Santiago del Estero, pero su palabra ya encontró casa en nuestro taller.









1 de septiembre de 2025

LO LEI EN X

 


Perdí a mi mamá. Se siente como cuando ella me dejaba en la fila del supermercado y me decía: “ya vengo” esa angustia enorme en el pecho de no tener nada en las manos para responderle a los adultos alrededor. Pasaré el resto de mi vida en esa fila, sabiendo que mi mamá no volverá.

https://x.com/laneaelegante/status/1962167513069781266




31 de agosto de 2025

FALTABA MÁS… EN VIVO

 





El sábado 20 de septiembre vamos a hacer el programa de radio Faltaba más (LU9) con público en la Biblioteca de la Universidad de Mar del Plata.

La cita es a las 16.30 en Rodríguez Peña 4046.

¡Te esperamos!



22 de agosto de 2025

ENTRE EUROPEAN SON Y EL ADIÓS


                                                          


Yo vivía con la música en la piel. No como un simple pasatiempo, sino como si cada acorde fuera un latido, como si cada silencio contuviera una revelación. Mi vieja lo sabía: me había visto crecer abrazado a cassettes y CD´s y me acompañaba con esa paciencia silenciosa de quienes aman sin medida.

La noche del jueves 6 de mayo de 2021 me conecté, como siempre, a la clase online de Dany Jiménez. El tema prometía: el primer disco de The Velvet Underground & Nico, aquel artefacto extraño, con su banana de Warhol y las canciones que abren una puerta hacia el futuro. 

Mientras Dany desplegaba su análisis: "Una belleza dolorosa, un aburrimiento lánguido, un timbre cálido y metálico. Escucharlo es como tener un nervio expuesto acariciado, a veces suavemente, a veces con demasiada brusquedad." me incliné hacia mi vieja:

—Ma, ¿tenes un auricular? Este ya no suena bien.

Ella sonrió, buscó entre los cajones y me lo entregó como si me ofreciera un amuleto. Después, con un gesto inusual, se despidió temprano. Ese auricular fue lo último que mi vieja buscó para mí. La mujer que siempre encontraba una respuesta, que siempre hallaba una solución, dejó los platos sin lavar y la ropa amontonada. Y, por primera vez, nada de eso le importó. Esa noche eligió el descanso sobre la rutina, el silencio sobre las tareas. Claro, sería su última noche, y yo no lo sabía.

—Me voy a acostar.

Eran las diez de la noche. Me sorprendió (ella solía rendirse al sueño cerca de la una). La vi retirarse envuelta en una calma misteriosa, como si ya supiera lo que yo aún ignoraba.

Y sin advertirlo, recibí en ese instante la última caricia de su adiós. Madre e hijo, hijo y madre: dos almas respirando el mismo aire, anudadas en un silencio que ya era eternidad. La clase virtual se despidió con «European son». Lou Reed arrojaba sus palabras como cuchillos, y la distorsión crecía, feroz, como un vendaval dispuesto a arrasar con todo.

Yo me dejé arrastrar por esa furia eléctrica, mientras la casa, a mi alrededor, se hundía lentamente en un silencio denso, un silencio que no callaba, sino que ocultaba un secreto oscuro. Al día siguiente, la música se quebró. Mi vieja apagó su aliento, rendida a la enfermedad que la habitaba y al zarpazo final de un virus nacido para arrasar con multitudes.

Desde entonces, ese disco entero late en mi memoria como una herida que arde, como una cicatriz luminosa donde su presencia se aferra y nunca termina de irse.


SUNDAY MORNING

Hoy suenan los acordes de «Sunday Morning» y la voz del Lou Reed avanza en puntas de pie, como un visitante temeroso de despertar a la tristeza que respira a mi costado. Y mientras suena, mamá regresa: buscándome un auricular, retirándose temprano, dejándome, sin saberlo, su último gesto de amor envuelto en la fragilidad de la noche.

Lou y mi vieja, tan lejanos en la apariencia, se entrelazaron para siempre en mis oídos. Y cada vez que el disco comienza a girar, no estoy solo: ella regresa en la penumbra, respira entre armónicos disonantes, camina conmigo por ese sucio boulevard donde la eternidad se disfraza de canción.





21 de agosto de 2025

LOS CLÁSICOS NO ABREN PUERTAS

 



Tenía dieciocho años y la insolencia de la juventud. Una mezcla de audacia y orgullo todavía en formación. Evitaba encontrarse con nuestros ojos, como si su sola asistencia bastara para otorgarnos un favor.

Se presentó ante el jurado con paso seguro, casi altanero, como si la sala del histórico Caserón ubicado en Avenida 59 y calle 54 fuese demasiado pequeña para albergar su yo en expansión. Se sentó de costado, cruzando las piernas con una displicencia estudiada, la de quienes todavía prueban los límites de la atención ajena.

Lo primero que mencionó fue un catálogo de lecturas: «Crimen y castigo» de Dostoyevski, «Cien años de soledad» de García Márquez. “Por eso hablo así”, comentó, como si la cadencia de su voz hubiera sido prestada por los fantasmas de Raskólnikov y los Buendía. No pretendía convencernos de su talento bajo la lluvia copiosa de Necochea, sino dar testimonio de su pedigrí literario. Me enterneció escucharlo: primero apareció mi hijo, y después un futuro adulto que tal vez querría esquivar. Había en su arrogancia cierta fragilidad, una careta que aún no lograba comprender del todo. Después de cierta edad, empezamos a utilizar una máscara de seguridad y certeza. Con el tiempo, esa máscara se pega a la cara y ya no se puede quitar.

Luego, con la audacia de quien cree haber descifrado un secreto del lenguaje, dijo que su diferencia con Cortázar residía en la precisión con que pronuncia la “R". Lo afirmó con naturalidad, como quien descubre una curiosidad casi secreta. Nosotros lo dejamos hablar, conscientes de que muchas certezas tempranas se desinflan con el tiempo, igual que los globos de helio.

Confesó sentirse identificado con la «Carta al padre» de Kafka. ¡Ah, la rebeldía heredada, la épica silenciosa de todo adolescente! Pero enseguida se contradijo: de sus tres libros favoritos, dos habían sido recomendados por aquel padre “incomprensivo”. Allí se dibujaba un matiz profundo de su historia: un joven que disputaba la autoridad mientras, al mismo tiempo, aceptaba su guía.


EL JURADO

Nosotros, los jurados, lo escuchábamos con paciencia. Una anotaba, otra asentía con gravedad, como quien registra pequeñas joyas de un mundo aún en construcción. Yo lo miraba y pensaba: ¡qué pequeña su mirada del mundo! Chiquita como la laguna de su pueblo: un espejo de agua que confunde reflejo con horizonte, todavía en búsqueda de profundidad.

No estaba para ganar. Su obra era todavía más eco que voz propia, más pose que convicción. Si hubiera sido premiado por decisión de mis colegas, habría sido un triunfo prematuro que no le habría enseñado nada sobre la literatura, que no le habría revelado la paciencia, el esfuerzo y la disciplina que exige cada verso. Porque, aunque su pedido al irse —ese timorato ruego de “haceme pasar de etapa”— contenía la inocencia de un adolescente, la poesía no se concede por compasión. La poesía se conquista: se modela verso a verso, línea a línea, hasta que deja cicatrices que son, al mismo tiempo, medallas invisibles.

Cuando se levantó, lo hizo con paso seguro, como quien ya se siente dueño de más de lo que realmente sabe. Y mientras se alejaba, pensé que algún día comprendería que no basta con pronunciar la “R” fielmente para diferenciarse de Cortázar. El verdadero desafío es curtirla hasta que suene auténtica, hasta que cada palabra pese tanto como la experiencia que la alimenta.

Y tal vez entonces, cuando su mirada haya aprendido la hondura que el trajín del vivir susurra en secreto, la literatura lo cubra de verdad: sin disfraces ni atajos, como quien abre los brazos a un hijo esperado, y sus versos, ya curados de la torpeza inicial, podrán hablar con la voz serena de la madurez.




JUEGOS BONAERENSES

 

Un honor volver a ser parte de la delegación de General Pueyrredon, llevando la voz de la literatura como jurado en los Juegos Bonaerenses. Esta vez, Necochea nos abrió sus puertas con un mar de experiencias alucinantes y enriquecedoras, guiadas con la brújula precisa de Karina Freire y su equipo. Cada encuentro es semilla y cada palabra, un viaje compartido.